Argentina igualó con Chile con un nivel irregular. El 1-1 dejó aprendizajes y confirmó tanto virtudes como defectos del equipo en la actualidad.
«Lo positivo es que el equipo siempre intenta dar la cara y atacar -analizó Lionel Scaloni. Y no nos han creado prácticamente ocasiones. Eso es una buena señal. El equipo a nivel defensivo estuvo bien. En el segundo tiempo fuimos más profundos, con un equipo diferente. Lo negativo es que en una pelota parada nos empatan y después no hicieron mucho más». La frase del santafesino, posterior al empate entre Argentina y Chile, refleja las sensaciones ambiguas del encuentro, con un rendimiento irregular y puntos altos y bajos. Después de seis meses sin jugar, el 1-1 ratificó cuáles son sus fortalezas y cuáles son sus debilidades en este momento.
La apuesta de la Selección fue distinta a las de los últimos partidos. Sin un tercer mediocampista que se sumara a Leandro Paredes y Rodrigo De Paul, en cuanto a los nombres podía parecerse a la del 1-0 a Ecuador, pero no lo fue y hasta contó con problemas distintos: si en el debut en estas Eliminatorias habían sido la rigidez del 4-4-2, la deficiente ocupación de espacios y la escasez de opciones internas (con el doble 5 en línea y los extremos muy abiertos), en Santiago del Estero pasaron, durante gran parte del juego, por la falta de amplitud.
Sin embargo, esas fallas aparecieron con el correr de los minutos. Porque su disposición asimétrica inicial le permitió generar ventajas: con Juan Foyth cerrado y Nicolás Tagliafico proyectado y Lucas Ocampos abierto y Ángel Di María cerrado, las duplas de ambas bandas se ubicaron en carriles distintos y se complementaron en distintas jugadas. Formando un 3-4-2-1 para atacar, el conjunto albiceleste obtuvo varios beneficios: superioridad para salir contra Alexis Sánchez y Eduardo Vargas; diferentes opciones de pase en diagonal, lo que favorece la continuidad de las acciones al facilitar las recepciones de costado o hacia el arco rival y minimiza las que se dan de espaldas, y una distribución coherente para mantener equilibrio ante los posibles contraataques del rival y tener caminos para acercarse al área.
Pero esa estructura duró hasta los 19′, cuando Scaloni ordenó que Di María y Ocampos cambiaran de lado. A partir de esa rotación comenzaron los problemas para progresar, caracterizados por la inconsistencia para tener amplitud en la banda derecha (ver arriba). Es algo lógico por las características de ambos futbolistas, ya que el del Sevilla es más apto para permanecer pegado a la línea y estirar al bloque defensivo contrario, mientras que el Fideo influye desde el centro porque ahí hace pesar su inteligencia para ubicarse entre líneas y su creatividad.
Eso marcó el ataque durante la mayor parte del partido (lo mejoró más el ingreso de Nahuel Molina que el de Julián Álvarez): el actual jugador del PSG y Lionel Messi se abrieron en ocasiones, pero no fue frecuente y la derecha quedó vacía. Si bien la tarea de abrir la cancha podía ser para el lateral, Foyth no hace ni siente eso cuando juega en la derecha de la defensa. Puede sumarse eventualmente al campo contrario o entrar con una conducción desde atrás (algo que hizo muy bien frente al Arsenal en la Europa League, por ejemplo), pero sus aportes pasan por generar superioridad para salir como tercer central, romper líneas al pasar o trasladar la pelota y ofrecer solidez en los duelos individuales (este partido ganó 6/9).
El problema para la Selección no sólo pasó por no tener una amenaza externa para profundizar, sino que eso le permitió a Chile congestionar el medio. Eso invitaba a los visitantes a reforzar la defensa sobre las combinaciones internas y a colapsar sobre el capitán albiceleste, lo que se reflejó en sus intervenciones (ver abajo). En épocas de playoffs de la NBA, fue como si se tratara de la estrategia de un rival de los Milwaukee Bucks sobre Giannis Antetokounmpo, el dominante griego que atemoriza cuando entra a la pintura (desde la 2017/18, cada temporada regular promedió como mínimo 15,7 puntos en esa zona) y lleva a los adversarios a dedicarle especial atención para negarle ese acceso -con al menos dos o tres hombres- para concederle un tiro externo en el que tiene irregular éxito (en ese mismo lapso no pasó del 31% en triples).
Más allá de la intermitente amplitud en la banda derecha, algo que limitó el rendimiento de Argentina a lo largo del partido fueron los problemas en el tercio final de la cancha. Entre imprecisiones en los pases, fallas en la colocación (muy cerca de la última línea trasandina, sin poder sorprender con un desmarque al espacio) y poco desequilibrio en el uno contra uno, en especial en el primer tiempo (al menos un par de veces los extremos pudieron tener una ocasión clara si se imponían al encarar; Di María tuvo un 3/7 regates y Ocampos, un 0/2), fue difícil lograr profundidad. A eso también se sumó el trabajo defensivo de los dirigidos por Martín Lasarte, con una sólida labor de Gary Medel y un Erick Pulgar que con frecuencia se metió entre los centrales para evitar desajustes.
Pero así como mostró falencias ofensivas, la Albiceleste confirmó que la presión es la gran virtud futbolística del ciclo Scaloni. De esa manera forzó varias recuperaciones y tuvo unos buenos 55/60′ más allá de las variantes (ver abajo). Comenzó con Di María cerrado sobre un mediocampista (Pulgar, principalmente) y Tagliafico encargado de salir a tomar a Mauricio Isla, lo que facilitó el pase del rosarino en la acción del penal. Esto conllevaba un riesgo, al mandar al lateral muy arriba y dejar un hueco grande detrás, con Lucas Martínez Quarta encargado de controlar mucho espacio, y puede haber sido uno de los motivos del intercambio posicional que afectó la fase ofensiva -aunque podía solucionarse al abrir al Fideo para formar un 4-4-2 más claro en defensa.
Aun así, la coordinación para incomodar la salida no se vio perjudicada a pesar de la diferente disposición, ya que se desde ese cambio de lado la estructura pasó a ser con los dos delanteros y los extremos en zonas intermedias. Sin importar los ajustes, el objetivo general fue llevar la pelota a un costado -en este aspecto resultó importante el trabajo de Lautaro Martínez- y ahogar a Chile ahí, con al menos tres o cuatro emparejamientos individuales para tomar a los receptores cercanos y forzar una imprecisión, un pase largo o quitar directamente.
Ese trabajo no se trasladó del todo a la presión tras pérdida, ya que es una cuestión vinculada al ataque y las condiciones en las que se cede la posesión. Como durante largos pasajes la Selección repitió viejos inconvenientes (muchos futbolistas delante de la presión, con una excesiva superioridad para salir y el doble 5 en línea), no pudo acumular jugadores por adentro que saltaran directamente para buscar un robo inmediato. El principal problema pasó por los retrocesos de Messi, que llegaron a juntar seis jugadores de cara al medio rival y sin alguien detrás, y por cómo De Paul intervino en los primeros pases (con 106, fue quien más toques tuvo en el encuentro): esto le sacó protagonismo a Paredes y alejó de un escalón superior en el campo a un futbolista capaz de desenvolverse entre líneas (por visión periférica y técnica en espacios reducidos) y de intentar recuperar con velocidad (por su rapidez para cambiar el «chip»).
Justamente, éste es uno de los aprendizajes que deja el empate: cómo los dos mediocampistas fijos de Scaloni -más allá de la presencia de un tercer volante, desde el duelo con Catar en la Copa América 2019 el tándem ha disputado los 15 compromisos siguientes desde el inicio- bajan su nivel cuando en ataque juegan a la misma altura. Los otros dos se relacionan con la necesidad de tener un extremo por derecha cuando Foyth juega como lateral y con Cristian Romero, que en su debut fue una de las figuras y ratificó tanto su personalidad como sus condiciones: agresividad, capacidad para anticipar (3 intercepciones), buen primer pase y poderío aéreo (6/7 disputas ganadas).
Además, el encuentro también confirmó distintas certezas sobre el presente de Argentina. Por un lado, la presión como virtud principal y sello de este proceso. Por el otro, sus falencias para superar bloques cerrados. Es algo que se sabía y que estas Eliminatorias, en las que ya se enfrentó y se volverá a enfrentar aestos escenarios, comprueban, ya que le cuesta romper defensas agrupadas. Se refleja en las características de los goles del ciclo: de los 47 convertidos, 39 (el 83%) fueron de pelota parada (20) o con ataques rápidos (19). Si bien es verdad que en el triunfo ante Perú logró marcar con dos avances estacionados, frente a un adversario que dio facilidades y dejó espacios entre líneas, es el gran punto a mejorar.
Entre altibajos, la igualdad le dejó a la Selección conclusiones que pueden servir para el futuro.
Crédito de la foto de portada: Agustín Marcarian/Reuters.
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