Capaz de dominar desde la pelota y de reducirse a defender, la Selección venció a Paraguay (1-0) con su habitual doble cara y cambio de postura tras convertir.
“Paraguay tenia necesidad, estaba fresco y nosotros íbamos bastante justos de fuerzas por haber jugado hace poco. El equipo en el segundo tiempo se juntó e intentó que no le hagan ocasiones”. Así resumió Lionel Scaloni el gran punto de interés que dejó el 1-0 de Argentina a Paraguay: el recurrente retroceso de sus dirigidos para gestionar las ventajas, lo que los deja enfocados casi totalmente en defender y muy lejos del arco rival. De manera inconsciente o no -la repetición hace pensar que en parte está planificado o pensado-, es una tendencia que se ha acentuado en este 2021.
Si bien ese cambio de actitud ya se había visto en otros momentos del ciclo, como en distintos amistosos y en la Copa América 2019 (contra Venezuela, pasó de un 76% de posesión hasta los 10′, cuando se puso 1-0, a un 36% desde los 11′; contra Chile, de un 49% hasta los 20′, cuando logró el 2-0, bajó a un 35% desde los 21′), en este retorno a la actividad se ha vuelto casi constante. Porque en cada uno de los primeros tiempos de los cinco partidos ha sido superior al rival a partir de la pelota y el juego en campo contrario para, con mayor o menor fluidez, crear situaciones de gol y sacar ventaja: sus seis tantos fueron antes del entretiempo, con cuatro antes de los 15′. Salvo en el 1-1 con Chile en Santiago del Estero, en el que comenzó con facilidad para progresar y llegar al último tercio y a partir de los cambios bajó su nivel poco a poco, en todos logró extensos pasajes de una buena y efectiva tenencia al juntar jugadores precisos y complementarios. Mezcló a futbolistas capaces de asociarse en corto (aparte de Lionel Messi, Leandro Paredes, Giovani Lo Celso y Rodrigo De Paul y, ante Paraguay, Ángel Di María y Alejandro Gómez) con otros inteligentes para atraer marcas o desmarcarse para dar profundidad (además de los centrodelanteros, Nicolás González y Nahuel Molina).
En Brasilia, esa parte de su carácter dual le permitió imponerse y apretar desde el inicio, con cuatro de sus ocho remates ejecutados antes de los 18′. Además, supo atacar con paciencia para avanzar en conjunto y preocupar a Antony Silva. Lo demostró el gol, tanto por sus condiciones (la salida dirigida por Paredes, la primera conexión entre Messi, Di María y Gómez y la llegada al tercio final de seis futbolistas, con una proyección clave de Molina) como por su registro en el ciclo: entre los 19 gritos oficiales (en Copas América o Eliminatorias) fue el de mayor tiempo de tenencia (44») y mayor cantidad de pases (12) en la construcción; incluyendo amistosos, entre los 52 se ubica segundo (debajo de los 60» del 1-0 a Iraq) y tercero (debajo de los 23 ante Iraq y los 17 del 6-1 a Ecuador), respectivamente.
Sin embargo, una vez adelante en el marcador siempre modificó su actitud: más temprano o más tarde, cedió el balón, retrocedió y eligió defender para intentar mantener el arco en cero, algo que consiguió en sus últimos dos encuentros. Contra Paraguay se vio esa dualidad de manera inmediata, como reflejan sus intervalos de posesión cada 15′: hasta los 15′ (cuando convirtió) tuvo el 61%; de los 16′ a los 30′, 49%; de los 31′ a los 45′, 27%; de los 45′ a los 60′, 45%; de los 61′ a los 75′, 39%, y de los 76′ a los 90′, 42%. Es decir: en los 75′ posteriores al tramo inicial promedió un 40%.
Se trata de un cambio muy grande con respecto al contexto en el que llegaron sus mejores minutos -tanto en este partido como en los anteriores- y con lo que parece ser más conveniente para las características de sus jugadores, capaces de mantener la pelota lejos del arco a partir de largas secuencias de pases. Porque si bien no sufrió mucho frente a una Uruguay de pocas ideas y una «Albirroja» muy dependiente del desequilibrio de Miguel Almirón (48,4% de sus avances fueron por la izquierda, con un 52,1% en la segunda etapa), el gran problema que se le presentó a la Selección en cada uno de sus repliegues pasó por lo lejos que quedó del arco contrario.
Muy atrás en el campo y con los jugadores separados entre sí, a Argentina le costó mantener el balón después de un quite. Las pocas opciones para lanzar contraataques hicieron que perdiera uno de los principales recursos ofensivos del ciclo: 19 de los 52 goles convertidos en estos tres años llegaron con avances directos/verticales, incluso con 15 de los 22 tantos anotados entre el 17/11/2018 (1-0 a México) y el 9/10/2019 (2-2 a Alemania) generados por esa vía -desde ahí, apenas dos de 21 llegaron de esa manera, en el 2-1 a Bolivia en La Paz. Y la falta de continuidad para atacar no sólo se da al recuperar, sino también en los reinicios desde el arquero: cuando cambia la postura es frecuente que Emiliano Martínez saque largo -con pocos futbolistas en campo rival- o que las salidas por abajo terminen en un pelotazo ante la primera complicación o por la falta de apoyos para progresar.
Esto deriva en una menor cantidad de aproximaciones y llegadas (contra los dirigidos por Eduardo Berizzo, sólo dos de los ocho remates de la Albiceleste fueron en el segundo tiempo) y, por ende, en un mayor tiempo defendiendo: contra Paraguay, la Selección estuvo 60′ con el foco puesto casi exclusivamente en evitar que le convirtieran. Aun así, el lado positivo es que -como en el duelo con Uruguay- no sufrió y consiguió una valla invicta, lo que le sirve para sumar confianza y apuntalar el crecimiento colectivo.
“Los partidos que nos marcaron fueron por jugadas puntuales, un penal o una pelota parada. El equipo en ese sentido está bien. Hemos revisado algunas cosas y creemos que todavía se puede mejorar, pero la línea para seguir manteniendo una buena base defensiva es ésta“, analizó Scaloni. Mientras convive con un carácter dual, Argentina avanza y sueña con ser protagonista en la Copa América.
Crédito de la foto de portada: @Albirroja
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